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Luciana Marino

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INTRODUCCIÓN


    No hay un único modo de aprender, como no hay un único modo de enseñar. Tampoco un lugar exclusivo para hacerlo.
    Este libro surge del deseo de visibilizar las prácticas elaboradas por un grupo de artistas y curadores pertenecientes a distintas generaciones y con diversas trayectorias, que eligen el campo de la educación como plataforma para sociabilizar e intercambiar experiencias de aprendizaje, considerando a la docencia una herramienta de investigación íntimamente relacionada con su búsqueda creativa. A su vez, se propone como un espacio de reflexión en el que las actividades compartidas funcionan como una llave que permite conocer estrategias, recursos, pedagogías, métodos, intenciones, problemáticas y referentes, develando en el camino, las similitudes entre la figura del artista/curador y el docente.
    Para enmarcar el proyecto me gustaría distinguir dos experiencias puntuales que impulsaron su realización. Cuando me gradué de la Escuela de Bellas Artes estaba ansiosa por entrar al aula y buscaba por todos lados material de lectura que funcionara como guía para armar las clases. Me encontré con una gran cantidad de suplementos de dibujo y cuadernos de estudio muy didácticos, pero que dejaban vacante la zona vinculada a lo intuitivo; también con varios libros que estructuraban sus propuestas exclusivamente en torno a las etapas evolutivas, con algunos catálogos que reunían obras emblemáticas y preguntas para analizarlas, y novedosas revistas polirrubro con actividades de taller al estilo bricolaje. También recuerdo los manuales de recreación de mi hermana (que estaba estudiando para el profesorado de Educación Física) repletos de juegos que fueron muy útiles para trabajar, de manera periférica, contenidos de mi interés. Y aunque todos esos recursos combinados entre sí, con el tiempo y la experiencia, fueron valiosos para formular actividades consecuentes con mi visión del arte y la educación, siempre me quedó el deseo de contar con un material de consignas afines a las prácticas contemporáneas que permitiera salir un poco de las teorías tercerizadas y conocer las vivencias de otros artistas interesados en la enseñanza.
    Más adelante tuve la oportunidad de experimentar el aula-taller desde una perspectiva diferente: como observadora. Ese enfoque actualizó mi repertorio de preguntas; me daba curiosidad entender cómo surgía el deseo de habitar un espacio educativo, o cómo se generaba identidad dentro del aula, o de qué manera se podía corporizar y transformar en acción una ideaÂ… y las actividades cobraron nuevamente significado porque dialogaban con esas inquietudes. Distingo como caso ejemplar un hermoso proyecto llamado Casa Escuela de Arte-ProyectArte, destinado a la formación de jóvenes con marcado interés en el arte visual y un fuerte deseo de juntarse con pares. Coordinar este espacio durante ocho años me permitió ser una espectadora activa de las dinámicas internas. Todos los artistas, historiadores y curadores convocados tenían una reconocida y vasta trayectoria como profesionales, pero no todos habían experimentado la enseñanza en un ámbito de formación cuyos destinatarios eran principalmente adolescentes. El taller (que dentro de esa casa era el punto neurálgico donde casi todo pasaba), se transformó en una usina de aprendizaje colectivo; no solo los becarios descubrían y afianzaban sus intereses, sino que los docentes modelaban y afianzaban su identidad en simultáneo. Y las actividades desplegadas en el taller eran herramientas fundamentales para ese fin.
    Las actividades nos manifiestan. Si las analizamos estructuralmente podemos diferenciar diversas capas de interés y zonas de intensidad: la motivación inicial, los objetivos a corto y largo plazo, las dinámicas de desarrollo, la elección de los materiales y del espacio, la consciencia del tiempo, etc. En las actividades se ponen en movimiento deseos y propósitos, son consecuentes con las inquietudes de sus autores, reflejando sus búsquedas, y a su vez están en consonancia con los otros, articulando de manera permanente lo particular con lo colectivo. Es así que haberlas percibido como piezas activas elaboradas desde un “plano consciente”, que involucran procesos previos de investigación, me llevó a pensarlas como producciones factibles de ser formuladas en términos similares a los de una obra, objeto o hecho artístico. La genealogía de cada actividad, aspecto que me interesaba desarrollar en este libro, funciona como lugar de encuentro entre el artista/curador y el docente, destacando los procedimientos e intereses primordiales que germinan en la historia personal -y profesional- para volverse visibles en las prácticas elaboradas. Creo que las actividades parten de nuestra singularidad y se activan en grupo; al momento de confrontarlas, ponerlas a prueba, se modelan y definen. Las experiencias personales son en cierto modo, los cimientos que conforman y estructuran todo lo visible; en este libro, nos permiten conocer las historias de formación de cada uno de los autores a fin de funcionar como referencia y espejo. Preguntas que indagan sobre las elecciones en torno a la educación, el modo de nombrarse, los aciertos y dudas, dieron lugar a un capítulo que promueve la reflexión para repensar entre todos nuestros hábitos en el taller/aula.​​
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    Las siguientes páginas reúnen treinta y dos actividades y experiencias ligadas a la educación en el arte, narradas en primera persona.
    Los autores de este libro conforman un espectro heterogéneo de edades, trayectorias y espacios de acción. El número final, si bien tiene algo de caprichoso, estuvo supeditado a presentar una cantidad realizable de actividades y exponer a través de los testimonios la diversidad de formatos que puede adoptar el acto de enseñar y aprender. Una guía con preguntas y palabras disparadoras, funcionó como referencia para organizar el contenido; pero lograr un proyecto lo suficientemente orgánico, capaz de adaptarse a las particularidades de cada uno, fue una constante clave. Algunos decidieron encarar el material en la intimidad de sus hogares o talleres, pero muchos fueron los que eligieron el formato “reunámonos a conversar” y así desentramar en una charla el tema en cuestión. Esos encuentros individuales fueron grabados y editados en primera persona intentando conservar la frescura propia de la oralidad. Cada actividad fue estudiada en detalle a fin de lograr un material susceptible de ser adaptado a diferentes espacios, proponiendo recursos accesibles para un número variado de participantes.
    Armar redes, elaborar métodos, recorrer el espacio bajo el encantamiento de consignas poéticas, dejarnos llevar por una corriente liberadora y vibrante; imaginar, dibujar en penumbras, preguntar mucho, escuchar, recolectar, desarmar, mirar; el aprendizaje adopta múltiples formas, tantas como personas estén involucradas en el proceso. No estamos aislados de los otros, ni de nuestras historias, somos en comunidad con los demás y la confianza es vital para que ese intercambio suceda, entregarse sin prejuicios, incluso sin expectativas. Desde el inicio del proyecto hasta la última etapa, reafirmé lo valioso que es fortalecer una práctica educativa consciente y afectiva, y si es de la mano de personas que asumen un compromiso sincero, como los aquí reunidos, el crecimiento es imparable. La enorme permeabilidad y generosidad que tuvieron para trabajar en equipo, compartiendo y socializando sus testimonios resultó para mí un gran aprendizaje. Creo que es fundamental pronunciar a quienes desde sus profesiones se aventuran a ampliar las prácticas artísticas. Conocer sus testimonios en torno a la educación nutre nuestros relatos y metodologías.
    Espero que los lectores puedan “hacer uso” de estas actividades en sus espacios de formación y que resulten un estímulo a la hora de diseñar sus consignas; que las historias, anécdotas y recuerdos de la
infancia que habitan estas páginas, los encuentren pensando en voz alta, nombrándose y mapeando trayectos en todas las direcciones; compartiendo con otros sus experiencias de aprendizaje.

© 2019  

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